Cuando todo esto comenzó, yo pensaba que estaba muy lista para el encierro porque, prácticamente, llevaba años de ermitaña; trabajando desde casa, teniendo juntas con clientes a distancia y saliendo de vez en cuando.
Pero lo que no me esperaba es que la obligada cuarentena iba a llegar a sacudir mi rutina con preguntas existenciales que desafiarían mi comodidad: "¿qué haces, quién eres, qué quieres, qué esperas, a qué le temes?..."
Solía creer que los cambios vienen en forma de tormentas, pero nadie me previno de las inmensas transformaciones luego de largos periodos de calma. Como cuando se te entume el cuerpo por estar mucho tiempo en la misma posición y no te queda de otra que moverte.
Así fue el 2020 para mí: un torbellino interno formado de silencios, de años de callar mis entrañas. Llegando para que danzara al ritmo de mi propio grito. Definitivamente, fue un año de renacimiento, un aborto a lo que ya no resonaba en mí y un llamado a ser mi verdadero ser.
Veinte veinte decidió no pasar desapercibido. Amor u odio, como sea que cada quien decida recordarlo; pero nunca indiferente. En la memoria de todos. Moviéndonos el piso y volteándonos los mundos.
En medio de todo eso, nació mi Bichoraro interno. Coincidiendo con otro bicho raro externo. Como dos desconocidos que se comunican a través del eco de mi propia voz.
Gracias, por todo lo que despertaste.
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