Sentarme a escribir sobre problemas alimenticios es algo que me cuesta mucho trabajo y, por lo mismo, nunca había hablado porque me pone en un lugar sumamente vulnerable. Pero como todos los temas que me gusta abordar en Bichoraro y en este blog, vienen de esos rincones incómodos de nuestro ser. Para darle luz al elefante blanco en el salón que todos quisiéramos ignorar pero que es necesario visualizar para transformar.

Ayer fue mi babyshower y una de las mamás comentó que estaba muy preocupada porque en la escuela de su hija había varios casos de niñas pre-adolescentes que estaban dejando de comer. Y cuál fue el comentario y debate general: es que en Instagram es lo que ven.

Discúlpenme señoras, pero este tema nos viene acechando a las mujeres desde hace siglos. En nuestra época -sin redes sociales- le echábamos la culpa a la industria de la moda y la popularidad de las modelos extremadamente flacas de finales de los noventas y principios de los dosmiles. Y el día de mañana va a tener otro nombre y otro rostro. Pero en qué momento vamos a detenernos a observar todos los juicios que emitimos sobre los cuerpos de personas que conocemos. De esas conversaciones son de las que nos alimentamos todos los días y realmente son las que nos hieren y nos afectan. Los medios de comunicación sólo son un reflejo de la sociedad y de lo que hablamos en privado y/o en reuniones. Y claro que con lo que nos bombardean a diario en medios influye, pero también es donde todxs nos lavamos las manos cómodamente para nadie hacernos responsables directamente.

Yo me pregunto: ¿En qué momento vamos a analizar la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo?

Y aquí es donde lo que escribo poco a poco me va a costar más trabajo porque la historia ya no va a ser sobre la niña de la vecina, sino de mi adolescente interior.

No quiero ponerle una etiqueta a los problemas alimenticios que viví en mis años de juventud, porque realmente tampoco es que haya tenido un diagnóstico. Pero, además, no quiero enfocarme en términos, sino en lo que recuerdo de primera mano en mi experiencia personal. Y de una vez te adelanto que no fueron los medios de comunicación los principales causantes sino las conversaciones y juicios de personas que conocía.

Recuerdo en concreto dos incidentes que más me marcaron. El primero, fue un día que nos encontramos a un amigo de mis papás que hace tiempo no veíamos y que se aventó el comentario -como si yo no estuviera ahí- de "lo mucho que estaba engordando". Es probable que sus palabras fueran un poco más "sutiles y amigable" y más bien se refería a lo mucho que estaba "embarneciendo".

A lo mejor estás pensando "malditos hombres que juzgan y evalúan el cuerpo de la mujer", pero lamento decepcionarte que el siguiente comentario que se me grabó directamente en mi cabeza y en el corazón, vino de una mujer. En concreto, la maestra de baile (ya sé, qué cliché) de mi preparatoria que un día mencionó lo "gordita" que estaba frente a toda la clase.

Así que, mi intención no es echarle la culpa ni a los medios de comunicación con los que crecí, ni a los hombres. Lo que vengo a resaltar con estos recuerdos, como te mencionaba arriba; es que los juicio sobre mi cuerpo que más me afectaron fueron de aquellas personas a mi alrededor.

Y aquí es donde realmente quiero enfocarme y dirigir el debate y cuestionamiento. Porque somos bien hipócritas cuando tratamos este y todos los temas sociales. Pero te recuerdo que la sociedad la formamos todxs: tú y yo, incluidxs.

Entonces, que aviente la primera piedra quien nunca haya hecho un comentario -peyorativo o no- sobre el cuerpo de alguien más (famosx o no famosx, conocidx o no conocidx, cercanx o no cercanx). Pero aún más importante, que levante la mano quien nunca haya hablado mal de su propio cuerpo.  

Por lo tanto, hasta cuándo vamos a dejar de echarle la culpa a todo aquello que no podemos controlar para darnos cuenta que la solución al problema nunca está afuera, porque afuera, por lo menos yo; no controlo nada. Mi verdadera responsabilidad radica en la relación más importante de todas y la única que depende total y completamente de mí que es la que tengo conmigo misma. Esa que nutro y alimento a diario con información, inspiración, aspiración, pensamientos, emociones y también con comida.

Así que, lo que nos deberíamos estar preguntando es: ¿cuál es la relación que tengo con mi cuerpo?, ¿cuál es la relación que tengo con la comida?, ¿cuál es la relación que tengo con mi mente y mis emociones?, ¿cuál es la relación que tengo frente al espejo?

Quisiera decirle a todas esas niñas que sólo es una etapa, que ya que crezcan van a aprender a amar su cuerpo como por arte de magia. Que viendo un comercial cursi y bonito todo se soluciona. Desafortunadamente, esto no acaba nunca hasta que decides mirar adentro para aprender a sanar tus propias heridas. Esto no se detendrá hasta que dejemos de hablar sobre los cuerpos ajenos, no importa si creemos que es un "halago" o una "crítica" porque cualquiera de esos comentarios son juicios de valor que si no eres el médico de la persona, te tiene que venir valiendo madre.

Un claro ejemplo de cómo estas conversaciones nunca paran es ahora que estoy embarazada; los comentarios que escucho a diario sobre mi cuerpo se han intensificado. Sobre si "me admiran" o "se preocupan" porque mi barriga parece de cuatro u ocho meses. Pero, afortunadamente, ya no soy aquella adolescente que no podía mandar callar todas las voces a mi alrededor y dentro de mí. Y esta capacidad no me la dio el tiempo, los medios de comunicación, mi influencer favorita ni los discursos política e hipocritamente "correctos". Sino yo misma, con un largo camino de trabajo y sanación interior. Me lo dio mi valentía y capacidad de mirar mis rincones más obscuros y comprender las causas de mi propio dolor para hacerme cargo.

Por ello, es que hoy puedo estar orgullosa, maravillada y agradecida por todo lo que sostiene mi cuerpo. Por su inmensa belleza y sabiduría. Soy consciente y responsable de lo que elijo comer para nutrirlo. Y estando embarazada he aprendido a tampoco seguir los erróneos consejos de lxs que dicen que "hay que aprovechar y comer por dos" sino más bien yo decido comer PARA DOS. Porque en este momento mis elecciones no sólo me nutren a mí, sino también a mi bebé. Y quiero que sepa que mamá se ama y con ese acto le enseño su primera lección de amor propio.

Esa misma mujer madura también abraza y se hace cargo de esa joven adolescente que no supo cómo amarse a sí misma ni ver la belleza de cuerpo y de ser humano que ya era.

Hoy volteo a verme con amor y gentileza. Hoy soy el resultado de trabajar en mi amor propio y mi autoestima. Hoy no necesito la aprobación en redes sociales, de mis conocidxs, familiares o amigxs. Porque hoy se que la relación más importante no está afuera, sino adentro. Y no pienso volver a entregarle mi poder a nada ni a nadie, nunca más.